Malvinas. Hundieron su buque y lo dieron por muerto, pero sobrevivió en una isla remota y a los 6 días apareció en su casa
La idea de que hubiera sobrevivientes sonaba descabellada. El ataque británico había sido letal. El ARA Isla de los Estados recibió quince cañonazos. Voló en miles de pedazos. Para colmo, su final no fue tan simple: no explotó y se hundió. El impacto, primero, causó un incendio en el casco. Después, comenzó a entrar agua por todos lados. Luego estallaron las minas que estaban almacenadas en la bodega y la estructura se derritió. Se deformó de tal manera que muchos marinos quedaron atrapados, sin poder salir del metal hirviente.
Por último, el buque empezó a derramar su combustible. El mar, cubierto por el material flamable, se prendió fuego.
El Isla de los Estados era un buque mercante. Sus fabricantes nunca habrían imaginado que le tocaría estar en una guerra. ¿Cómo terminó en ese lugar? La historia comienza dos meses antes, en marzo de 1982.
En las semanas previas a la guerra de Malvinas, el gobierno militar decidió que los buques mercantes realizarían tareas en Malvinas. Pensaban que serían útiles por dos razones.
Sus tripulantes conocían muy bien la zona; el Isla de los Estados había navegado durante años entre la Argentina y el archipiélago de Malvinas. Se lo conocía como el buque “ovejero”: en una jaula llevaba madera a los isleños y ellos lo devolvían lleno de lana. Ese era el intercambio regular.
Segundo, porque hacía falta una “ayuda extra” para transportar armas, soldados y explosivos.
Varias semanas antes del 2 de abril, se decidió que ese navío iría a Malvinas. Solo faltaba asignarle una tripulación militar, ya que todos sus tripulantes eran civiles. El elegido para ser el capitán fue el Capitán de Corbeta Alois Payarola, de 37 años, que por entonces trabajaba lejos del campo de acción: era profesor.
“Estaba dando clases, cuando me interrumpieron”
“Yo me desempeñaba como profesor de guerra antisubmarina en el CIAO (Centro de Instrucción y Adiestramiento en la Operación). El momento fue bastante traumático. Yo estaba en el aula, con la tiza en la mano y alumnos en frente, y vino el director del instituto, el capitán Clerici, y me dijo: ‘Payarola, suspenda la clase’”, recuerda hoy Payarola, a sus 77 años.
Y continúa: “Yo pensé ‘ah, la pelotita, qué macana me habré mandado’. Los alumnos también miraban sorprendidos. Clerici me sacó del aula y me ordenó que me presentara de inmediato ante las autoridades del comando de la flota. Yo le pedí explicaciones, pero me dijo que no sabía nada”.
-¿A dónde lo llevaron?
-Me llevaron a un cuarto chiquito. No me lo olvido más. Estaba el capitán Bonzo, que ya era comandante del Crucero Belgrano, y otras autoridades de la Armada. Y me dijeron: “Mire, lo que le vamos a decir ahora, poca gente lo sabe. Se ha tomado la decisión de recuperar las islas Malvinas, y usted ha sido designado comandante del transporte Isla de los Estados. Tiene dos horas para ir a su casa. Despídase de su familia. No le puede decir nada a nadie de esto. Luego regrese para recibir instrucciones”. Fui a casa y volví.
-¿Cuál fue su primer medida como comandante del buque?
-Le pedí a mis superiores que permitieran que fuera yo quien designase a los tripulantes. Dije que era fundamental que tuvieran dos características: que fueran voluntarios y solteros.
-¿Por qué?
-Porque tenía la premonición de que lo que nos ordenaban conllevaba demasiado riesgo.
-¿Qué le respondieron?
-Se sorprendieron con mi pedido, con mi condición. Pero Bonzo, rápidamente, dijo: ‘Bueno, la gente puede salir del crucero General Belgrano’. Y así fue cómo el personal militar que embarcó, excepto yo, era gente del Belgrano.
Días después, Payarola viajó en avión a Puerto Deseado, donde lo esperaba, amarrado, el Isla de los Estados. Era marzo de 1982.
Así recuerda aquel día: “La impresión fue tremenda. El muelle estaba totalmente colapsado con material del ejército. Y estaba el equipo pesado del regimiento 25, que era el que comandaba Mohamed Alí Seineldín”.
Un viaje incómodo, en medio de una tempestad
Un día después, zarparon rumbo a las islas Malvinas con 25 tripulantes: 6 marinos de la Armada y 19 civiles.
“Una vez embarcados, ya en el mar, le comuniqué a todos que nos íbamos a recuperar las Malvinas”, dice Payarola.
-¿Recuerda la reacción de su tripulación, tanto los militares como los civiles?
-Recuerdo la euforia de toda la gente. Todos gritaron ‘¡Viva la patria!’, era una cosa de locos… Pero, por supuesto, después vino un prolongado silencio, en el que cada uno habrá pensado las consecuencias personales que les acarrearía esa decisión.
-¿Qué recuerda del viaje, del trayecto hacia las islas?
-Muchos soldados iban en la bodega, junto a los cañones, las municiones, la leña…Y, para colmo, el día que zarpamos nos agarró un temporal tremendo, una cosa que no había visto nunca en mi vida. Entonces hubo que cerrar las tapas de la bodega. Quedaron encerrados ahí abajo, con nada más que una lucecita chiquita, 3 metros por debajo de la línea de inmersión. Durante más de un día no les pudimos abrir la puerta, por el temporal. Ni si quiera podíamos llevarles comida. Para ellos, debe haber sido un viaje terriblemente incómodo.
“Teníamos 22 minas explosivas”
-¿Qué hicieron al llegar a Malvinas?
-Llegamos unos días después del 2 de abril. Ahí nos comunicaron un cambio de órdenes. Primero se había pensado que hiciéramos sucesivos traslados hacia el continente llevando carga pesada. Pero después decidieron que permaneceríamos allí para hacer “tareas logísticas”. Al principio, teníamos que ir consolidando posiciones en distintos lugares de las islas: Puerto Argentino, bahía Zorro Oeste, Darwin, Howard, en todos los pequeños establecimientos… Íbamos, y una vez allá, la gente del ejército le pedía a los locales que entregasen sus armas, si es que las tenían, y tomaban control. Luego nos pidieron que fondeásemos campos minados. Teníamos 22 minas en la bodega, y había que poner todas. Eran peligrosas de manejar de por sí. A pesar de que tienen seguro, nunca sabés…”.
-Además, su buque no estaba diseñado para fondear campos minados.
-Claro, hubo que adaptarlo. En un buque minador, vos las soltás desde la popa y te alejás, navegando. Hay rieles que te ayudan a moverlas. Nosotros las soltábamos por los costados con una grúa. Era peligrosísimo. Un día, se nos cayó una adentro, y no explotó de milagro… Tuvimos la dichosa honra de ser el primer buque que se “auto-minó” en la historia.
Durante el conflicto con Inglaterra, la Armada decidió filtrar información para que los ingleses supieran que habría campos minados. El objetivo era lanzar una advertencia. “Que la amenaza fuera más creíble”, sintetiza Payarola. Se dio a conocer la ubicación de un buen número de ellos; unos reales, otros ficticios.
En consecuencia, el Isla de los Estados y sus tripulantes pasaron a ser uno de los “más buscados” por la Armada británica.
-¿Cómo hacían para filtrar la información?
-Una vez, nos ordenaron que mostrásemos las minas en frente de los habitantes isleños, así ellos les avisaban a los ingleses.
-¿Usted estaba de acuerdo con esa estrategia?
-Y… ahí estaba la contracara, al menos para nosotros. Sabíamos que cuando saliéramos del canal, seguramente habría un submarino inglés esperándonos… Nosotros estábamos convencidos de que corríamos un riesgo serio de ser hundidos.
“Vimos una enorme bengala que se encendió encima nuestro”
El 1 de mayo comenzó la operación “Black Buck”: los primeros bombardeos de la flota británica sobre Malvinas. El Isla de los Estados, que ya había terminado de fondear los campos, recibió, al igual que todos los buques mercantes argentinos que trabajaban en la zona, la orden de “dispersarse”.
Recuerda Payarola: “Cada uno buscó refugio en la costa de las islas, especialmente en las bahías chiquititas. Había que ir y esperar a que pasara el bombardeo, en lo posible, en un lugar donde estuviéramos bien escondidos. Nosotros entramos en una pequeña caleta”.
-¿Qué hicieron después de que cesaran los primeros bombardeos?
-Tuvimos que cruzar el estrecho. El 10 de mayo nos ordenaron que fuéramos hacia Puerto Howard (Puerto Mitre). Partimos de noche, estábamos navegando y el clima era pésimo: la peor meteorología, muy baja visibilidad. En un momento, nos explota encima una “granada estrella”, una bengala enorme. Nos iluminó con mucha fuerza, delató nuestra posición, y eso es una sensación horrible, te sentís como una liebre, como una presa.
-¿Cómo reaccionaron?
-Había poca gente despierta, era de noche, muchos estaban durmiendo. De a poco, la gente empezó a subir al puente de mando para ver qué pasaba. Pero justo se produjo una explosión muy grande.
-Fueron atacados.
-Se empezó a sentir el impacto sobre el buque. Volaron los vidrios, volamos en mil pedazos. Era el buque Alacrity, de la marina inglesa. Años después, un comandante inglés me comentó que el Alacrity, así como nosotros, estaba en su propia misión “suicida”. Lo habían enviado a navegar por ahí “para ver si había minas”.
-Y luego, ¿qué pasó?
-Yo no sentía nada. Estaba aturdido. Empecé a tocarme las piernas, el torso, para comprobar si no estaba herido. El buque empezó a escorar hacia estribor. O sea, a hundirse hacia la derecha. A nosotros nos habían enseñado que en caso de un siniestro, los buques siempre se abandonan hacia el lado por el cual se están hundiendo.
“El buque, literalmente, explotó”
“Yo salí al revés: por la izquierda. Había dos personas intentando tirar una balsa al agua. La situación era dantesca, explotaba todo: las municiones que llevábamos en las bodegas y el combustible. El buque, literalmente, explotó”.
-¿Cómo logró salir?
-Salí por la izquierda. Fue difícil trepar hacia afuera, el barco se me venía encima. Había mucha pendiente. Pero justo había dos personas: el mayordomo Sandoval y el marinero López. Juntos logramos tirar la balsa al agua. El primero en tirarse fue López. No sabía nadar… pero tuvo suerte, cayó justo en la balsa. Después fue el turno de Sandoval, pero falleció, término muy mal herido; es muy probable que lo haya tomado la hélice. Yo me quedé un tiempo sentado en el casco del buque. Estaba muy emocionado, por el momento que estaba viviendo. Pero después me tiré al agua. Ahí quedé solo, flotando, con principio de congelamiento. Mi linterna estaba soldada a mi mano, por el hielo. Pero estaba prendida. Fue así que me vio López, que seguía flotando en la balsa, junto a José Bottaro, el primer oficial del buque. Se acercó y me levantó. Fue un milagro.
-¿Decidieron quedarse en la balsa y esperar?
-No, yo dije que en algún momento había que tirarse al agua, porque si no, la corriente nos iba a sacar del estrecho. Entonces me até a la balsa con una soga larga, me tiré y empecé a nadar. Pude llegar a la costa.
–López y Bottaro habían quedado en la balsa.
-Claro, pero yo seguía atado, entonces empecé a tirar y los empecé a “traer”. Era difícil, porque en la costa había unas algas grandes que se enredaban con todo. Yo tiré hasta que la balsa no pudo avanzar más. López llegó a la costa, pero Bottaro falleció ahogado. Se hizo de noche y dormimos a la intemperie. Nevaba, hacía muchísimo frío… Al día siguiente, dejamos el cuerpo de Bottaro en un lugar protegido, subimos unas lomas y vimos una especie de casita en el horizonte. Fuimos y entramos. Ahí sobrevivimos 6 días.
-¿Qué comieron? ¿Qué tomaron?
-No comimos nada. Había ovejas. Al principio intentamos agarrar alguna, pero apenas nos acercábamos, se escapaban. En cambio, no tuvimos problemas para tomar agua. Llovió mucho esos días, tomábamos de los charcos.
-¿Cómo combatieron el frío?
-Nos sacamos toda la ropa. Había fardos enormes de lana que decían “Swan island”. Recién ahí tomé conciencia de dónde estaba. Porque hasta ese momento no sabíamos a dónde habíamos llegado.
“Nos vieron y nos rescataron”
-¿Pensaron que podrían morir?
-Enseguida comprendimos que no teníamos posibilidad de salir de la isla por nuestros propios medios. Además estábamos incomunicados y era muy poco probable que alguien nos encontrase. La posibilidad de que todavía hubiese buques argentinos navegando por esa zona era casi nula.
-¿Usted creía que los habían dado por muertos?
-Yo imaginaba lo que estaba pasando. La Marina había esperado uno, dos, tres, cuatro días, y luego irían a descartar distintas hipótesis. Al quinto día, el capitán Clerici, el que nombré al principio, fue a mi casa. Se puso el saco naval, visitó a mi mujer y le avisó que yo estaba muerto. ¡Pero nosotros seguíamos en la isla!
-Pero luego, los encontraron…
-El ARA Forrest, que era argentino, se había quedado en la zona buscando sobrevivientes. Y en un momento pasó cerca de nuestra isla, nos vio y nos rescató. No sé cómo nos vieron… Nosotros estábamos envueltos en lana, parecíamos dos yetis del Himalaya. Buscamos el cuerpo de Bottaro, embarcamos y nos fuimos. Y luego, fuimos bendecidos con otro milagro.
-¿A qué milagro refiere?
-En un momento, aparecieron dos aviones Harrier ingleses. Se nos venían encima y yo pensaba: “No puede ser, ¿otra vez?”. Me puse detrás de una bolsa de papas y agarré mi pistola. Tenía una enorme sensación de injustica. Pero los aviones, que estaban a nada de dispararnos, desistieron del ataque a último minuto. Levantaron vuelo y se dirigieron hacia otro lado. Al día siguiente, un helicóptero nos trasladó a Puerto Argentino.
Payarola recuerda una increíble anécdota. Antes de llegar a Puerto Argentino, un viejo conocido lo vio y se asustó: “Volamos rasante para evitar ser detectados por los radares. En un momento aterrizamos; nos dejaron lejos de Puerto Argentino. Ahí apareció un camioncito de la Armada y paró a 50 metros de donde estábamos. Se bajó una persona: era el padre Sosa, el cura de la capilla de Puerto Belgrano. ¡Yo lo conocía bien! Pero el tipo, al reconocerme, se subió al camión. Estaba visiblemente asustado. Se fue diciendo: ‘No, no, no… no puede ser’… Estaba sorprendido”.
-¿Qué sucedió?
-Claro, el tipo había hecho una misa en nombre de todos los muertos. Creía que habíamos muerto, no podía creer que López y yo estuviéramos vivos.
Después, el camión subió a Payarola y López y los llevó a Puerto Argentino. Allí, viajaron en avión hacia sus respectivas ciudades. Payarola volvió a reencontrarse con su mujer y su familia.
Hoy, en 2023, piensa: “Uno no vuelve a ser la misma persona. Te queda la duda existencial de por qué hay personas que sobreviven y otras que no”.
Y agrega: “Me encantaría reconocer a los marinos mercantes que, a pesar de no ser militares, siempre quisieron estar a bordo”.